viernes, 16 de mayo de 2008

3: Isabel da el paso. Carmen se queda inquieta.



3: Isabel da el paso. Carmen se queda inquieta.

Eran las 9 de la mañana. Carmen estaba desayunando en el bar de la esquina de su casa, leyendo el periódico, cuando de pronto, una pareja, mejor dicho un hombre bastante corpulento empezó a dar voces a una mujer que sin ser bajita, a su lado parecía menuda e insignificante.

Él seguía chillando : “¡¡¡Calla golfa, maldita golfa!!!”

Atónitos, todos miraban al energúmeno que sujetaba fuertemente a la mujer por el brazo zarandeándola, intimidándola con ojos furiosos, con actitud brutalmente dominante. Estaba aterrada, encogida, llorando y suplicando que se calmara.
Carmen tenía la cara encendida y la sangre hirviendo, se iba a levantar para llevársela cuando un individuo de la mesa contigua se levantó enérgicamente, ordenándole que la soltara.
Encendido como una antorcha la zarandeo con más fuerza, sacando pecho como un gallo de pelea, provocándolo, retándolo.
Sin vacilar el segundo individuo cogió un taburete cercano a la barra y le atizó con todas sus fuerza en los riñones. Se desplomó tras un grito de dolor, soltó a la mujer que salió despavorida a refugiarse tras el cuerpo del que se había comportado, a sus ojos, como un héroe.
Él le secaba las lágrimas con cariño, le beso en los labios y arropada por su brazo, salieron del bar.
Carmen desconcertada pero contenta de cómo había acabado aquel episodio quiso saber algo más, salió tras ellos a riesgo de que la rechazaran por entrometida pero debía ofrecerle ayuda para el caso de que la cosa no acabara ahí y de paso saber de que iba el final peliculero que acaba de presenciar.

Isabel seguía llorando a la vez que avanzaban rápido. Carmen tomó carrerilla y en nada ya estaba junto a ellos contándoles quién era y qué quería.
Todo el tiempo se dirigía a ella, sabía que continuaba estando en peligro, aquello sólo había sido el primer paso; que estaba muy bien pero, Carmen, con su experiencia, estaba segura de que no la iba a dejar en paz tan fácilmente y más sabiendo que otro hombre estaba en su vida.
Isabel se seguía cobijando bajo el brazo del caballero al oír estás sentencias. Él la abrazaba todavía un poco más, pero la mirada que le dirigía a Carmen, no acaba de cuadrar con un ángel de la guarda. Intentó cortar la conversación con un “ya me encargaré de que no se le acerque más”. Pero Carmen insistió, le dejó una tarjeta con el teléfono a Isabel, la cual la escuchaba con atención, sabía que no había acabado todo en el bar. Conocía al animal con el que había convivido tantos años.

Atinó a decirle que con Alberto cerca se sentía segura. Nerviosa y sin apenas respirar, le empezó a contar como lo había conocido, que ni caído del cielo, tenía una parada en el mercado, de ropa del hogar. Entablaron conversación un día que ella llevaba las muñecas con morados, le preguntó, ella empezó a llorar y así poco a poco la conversación semanal, que esperaba como agua en mayo, los empezó a unir. Sin sus palabras y amor, nunca hubiese encontrado la forma de escapar, se sentía segura con él. No paraba de decirlo.
Pero temía el desenlace. Mirando a su hombre a los ojos le decía: Se que eres capaz de llegar lejos por defenderme y rescatarme de ese infierno, es eso lo que temo, que por mi destruyas tu vida cometiendo una locura.
Él le respondía seguro de sí: Ya te he prometido que te defenderé y cuidaré el resto de mi vida.
Isabel volvía a llorar, enternecida por oír otra vez una declaración de amor semejante, pero sufría, temía el desenlace.

Esa actitud, fuerte, viril y protectora, la había captado Carmen, notaba la mirada desafiante, altiva, y estaba realmente preocupada por lo que le depararía a Isabel ese nuevo “cobijo”.
Se despidieron. Le hizo prometer que si pasaba cualquier cosa, fuese la hora que fuese, que la llamaría.

Carmen iba a pasarse por el bar y preguntar por ellos, parecía que eran clientes habituales, tal vez conocidos en el barrio.

16 de mayo de 2008

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