sábado, 10 de mayo de 2008

2: Carmen sigue colaborando



Carmen llevaba ya unos meses colaborando con mucho entusiasmo y entrega.
Cada vez le era más difícil que no la desbordara la impotencia que sentía ante la injusticia y dolor que traían las mujeres que llegaban al centro.
La mayoría solían llegar ya muy destrozadas psíquicamente, alguna físicamente o con secuelas de las palizas reiteradas a las que eran sometidas.

A Carmen le costaba mucho dar con el tono eficaz que encajara con la problemática de la mujer afectada. Debía ir con mucho tacto, escuchar con atención, hacerlas sentir comprendidas, tenderles la mano, tanto en lo inmediato como en lo jurídico y en lo psicológico, haciéndoles ver que no estaban solas en su desesperación, pero había un riesgo y era que una vez escuchadas y asesoradas, deshecho el nudo doloroso que atenazaba su estómago, volvieran a su casa con las energías algo renovadas y tentaran otra vez a la suerte y volvieran a dar una oportunidad a sus inalcanzables sueños, esos en los que se sentían capaces de hacer cambiar la situación sin abandonar su hogar, ni al marido al que tanto habían amado, ni el entorno al que le llamaban hogar, familia.
Hacerles ver que eso no existía, que debían soñar con algo más real, que se entusiasmaran con ellas, con la vida, con la capacidad de tirar para adelante, con un futuro sin dolor, sin miedo, eso era a veces un arma de doble filo. Era hacer que temblara el frágil suelo que imaginaban bajo sus pies. Muchas venían con la esperanza de encontrar alguna pócima para hacer cambiar al marido, tal vez algún tipo de amenaza, tal vez consejos para ser más sumisas o que se les mostrara el camino para sobrevivir en su infierno.
Todas pedían socorro pero no todas veían que la salvación sólo pasaba por un distanciamiento real y definitivo de su agresor.

Se daban casos que respondían a las mil maravillas, llegaban tan hechas polvo que decían sí a ir a una casa de acogida, a tramitar los papeles de la separación, incluso muchas de ellas renunciaban a los beneficios económicos que podían conseguir por ley ya que la mitad era de ellas. No querían nada mas que perder de vista todo aquel infierno.


La mayoría conseguían rehacerse, con tiempo, con seguimiento para que no flojearan en su autoestima pero luego había un porcentaje que recaía.
Fuese porque el hombre las acechaba, las camelaba con promesas de cambio, incluso con amenazas, conseguía arrastrarlas otra vez al llamado “dulce” hogar y hacer que retirasen denuncias o requerimientos en trámite.

Carmen vivía como fracaso esos casos. Sabía que esas mujeres serían las primeras en rehuirla cuando llamase al timbre de su casa. El pudor, la vergüenza de dejar tan en evidencia su debilidad ante ella, ante la mujer que las había ayudado con horas y horas de charlas, con numerosos trámites, a la que las había abrazado como amigas y agradecido tan sinceramente esa vía de salvación, consiguiendo que se sintieran, otra vez, persona y mujer, … ahora, estando marcadas o sumidas en el más oscuro pozo de la autoestima, no podían hacer otra cosa que esconderse todavía más en su infierno.


Mayo del 2008

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